En ocasiones he escuchado conversaciones donde se relaciona la autoestima con la motivación personal, un concepto que muchas personas asemejan con el amor a si mismo. En nuestras indagaciones personales hemos buscado corroborar dichas expresiones o los contenidos de las mismas, encontrando ciertas o sutiles diferencias que nos gustaría compartir.
Encontramos satisfactorios que se desgrane la motivación en al menos tres áreas:
· La Intrínseca: es definida interiormente por el DEBER. La experimentamos en el “Hacer” y/o en el “ Decir “. Cada uno de nosotros vivencia y comunica así sus modelos mentales.
· La Extrínseca: definida a través del SENTIDO que otorgamos, encontramos o declaramos respecto de aquello que hacemos desde nuestras labores diarias.
· La Trascendente: definida por el AMOR que se pone en juego cada vez que convocamos las fibras más intimas de nuestro ser para alcanzar los objetivos. No se trata de emociones. Es una dimensión “ reservada “ a nuestra intimidad y como tal muy pocas veces compartida en la conversación, allí residen nuestros anhelos más íntimos.
¿Cuál de ellas se podría referir entonces a la autoestima?
Surge inmediatamente la intrínseca como la más adecuada o emparentada. Esto se fundamenta en que los seres humanos –siguiendo a Maslow- buscamos el reconocimiento ajeno, de alguna manera somos incentivados desde muy pequeños a realizar diversos actos que sean conducentes y logren aprobación por parte de los mayores, en particular de los significativos afectivamente. De esta forma, al recibir la aprobación nos sentimos muy bien, nos sentimos reconocidos, nos sentimos amados.
Así, nuestra autoestima crece y se afirma.
Sin embargo a medida que abandonamos la dependencia de los seres que nos criaron, y aunque nuestra independencia física y económica se afirme, podemos -al mismo tiempo- continuar demandando del mundo externo el reconocimiento para nuestras acciones.
Muchos líderes mantienen estos hábitos.
Cuando trabajamos inquirimos varios diferentes tipos de reconocimientos.
El material, ligado a la supervivencia o la realización profesional que es extrínseco. También el reconocimiento de nuestras habilidades y del esfuerzo con que nos involucramos. Conocemos que cuanto mejor realicemos estas funciones o habilidades mejor recompensa (o reconocimiento) obtendremos. Estas pautas son ya culturales, se han instalado y se transmiten de generación en generación. Enseñamos a nuestros hijos estas pautas transformándolas en valores, pues conocemos que el bienestar depende en gran medida del éxito en ese camino. Cierto también es que muchas personas no experimentan estas mismas declaraciones.
La propuesta consiste en despertar al descubrimiento de que mientras reforzamos nuestras aptitudes operativas para ser reconocidos y aprobados –consolidando así nuestra autoestima- podríamos estar dejando de lado una motivación mucho mas honda que reside en todos nosotros.
Se trata de la motivación trascendente, fuente de la mayor realización humana.
La búsqueda se consolida cuando las motivaciones se alinean y aparecen entonces las condiciones propicias que facultan a los individuos, grupos y organizaciones a realizar acciones ordinarias, obteniendo resultados extraordinarios. En estos casos la motivación es un bien abundante.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Motivación
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